Urbanismo con enfoque de género: una vía para revertir el olvido de la realidad de las mujeres al construir ciudades

Una mujer pasea a su perro por las calles vacías de Barcelona.
Una mujer pasea a su perro por las calles vacías de Barcelona.
ENRIC FONTCUBERTA / EFE
Una mujer pasea a su perro por las calles vacías de Barcelona.

La propuesta es clara: poner la vida de las personas en el centro de la arquitectura urbana. ¿Cómo? Mediante una mirada más amplia que aúne la vida pública y personal con la profesional. Es lo que se llama urbanismo con perspectiva de género, una idea surgida en los años setenta que urge a rediseñar los diferentes espacios de las ciudades para que tanto hombres como mujeres se sientan conectados a ellos. Garantizar la conexión y cercanía entre los colegios, los centros residenciales, los supermercados y los núcleos de trabajo, por ejemplo, es una de las líneas principales. También aborda una cuestión fundamental y muy presente en la vida de las mujeres, como es la seguridad y la reducción de la percepción de riesgo por las noches

Así, el urbanismo con perspectiva de género pone el foco en las necesidades de transporte o la iluminación de las ciudades, por ejemplo, a la hora de plantear la construcción de núcleos urbanos, atendiendo a las necesidades de hombres y mujeres según sus distintas realidades.

"Es una manera de intervenir sobre la ciudad utilizando las herramientas del urbanismo, que tiene en cuenta y da importancia a las realidades vitales de hombres y mujeres en función de las diferencias de género en el uso de la ciudad y en la vida cotidiana", explica a 20minutos la arquitecta Inés Sánchez de Madariaga, experta y pionera del urbanismo de género en España. 

Y es que, según apunta, los hombres y las mujeres hacen un uso distinto de la ciudad: "Los datos nos dicen que las mujeres realizan de manera mayoritaria las tareas del mantenimiento del hogar, de reproducción de la vida y de cuidado de personas dependientes (sean menores, mayores, enfermos o personas con capacidades funcionales reducidas)". En definitiva, las mujeres soportan un mayor peso de las tareas del cuidado en la vida cotidiana, lo que se traduce en que las necesidades de la ciudad son distintas en cuanto a, por ejemplo, el uso del transporte, de los parques o de los centros sanitarios. 

Tareas que, al final, tienen una regularidad y variabilidad mayor que todo lo vinculado al empleo. "Pero como no se ven, son más difíciles de cuantificar, y además son tradicionalmente organizadas por mujeres, pues han sido minusvaluradas, infrarrepresentadas y, en última instancia, se les ha dado menos prioridad a la hora de tomar decisiones en cuanto a cómo aplicar las herramientas urbanísticas", afirma Sánchez de Madariaga. 

Así, la perspectiva de género trata de poner el foco en los cuidados, pero sin el afán de perpetuar los roles establecidos. Busca vincular el ámbito productivo con el de reproducción, para que no se excluyan entre ellos. Aboga por mejorar la conexión entre los barrios residenciales y los centros de negocios, o incluso difuminar esa frontera abstracta mezclando elementos de unos y otros. Es, en última instancia, una apertura de miras que invita a tener en cuenta las experiencias y las necesidades específicas de las mujeres, ignoradas hasta no hace mucho en la configuración de las ciudades.

El Gobierno insta a aplicar políticas con este enfoque

En España, ya se empezó a mencionar este enfoque ligeramente en la ley del suelo de 2007 y en la ley de igualdad de 2007. Más recientemente, el Gobierno de coalición plantea en la futura ley de libertad sexual -conocida como ley del 'solo sí es sí'-, actualmente en tramitación parlamentaria, un artículo específico para la promoción de espacios públicos seguros. Ya no únicamente con los centros de crisis 24 horas, sino también apoyando a las entidades locales para que desarrollen políticas urbanísticas y de seguridad con enfoque de género "que garanticen que los espacios públicos sean seguros y accesibles para todas las mujeres, las niñas y los niños". Dos ejemplos claros serían el refuerzo de la iluminación en las calles o que todos los baños públicos tengan cambiadores para bebés.

En cuanto a las comunidades autónomas, explica Madariaga, País Vasco es "sin duda" la que va más por delante, desde la propia legislación hasta los planes regionales, municipales y ordenanzas en muchos de los cuales la experta ha participado como asesora. Otras comunidades como Extremadura, Valencia y Barcelona, también están empezando a implantar cambios en los proyectos urbanísticos. 

Ahora bien, entonces ¿qué espacios deben reconfigurarse en ese sentido? Un cambio fundamental -destaca la arquitecta- es el transporte: "Es la manera que tenemos para desplazarnos por la ciudad y para ir de un lugar a otro. Hay diferencias de género sustanciales en el uso del transporte; tanto en lo que se refiere a los medios de transporte utilizados, como a los tiempos, los ámbitos geográficos, la regularidad, los sitios a los que se va o la capacidad económica que se tiene".

Otro ámbito importante en ese sentido es hacer que el propio espacio público sea mucho más accesible. "La calidad del espacio público es un factor muy importante para que se pueda, por ejemplo, caminar sin ningún tipo de obstáculo", explica la experta, incidiendo en que esta es una consideración especialmente importante para las personas mayores. 

"La posibilidad de ver y ser vista"

Luego está el asunto de la seguridad. Llamar a una amiga al volver a casa o llevar las llaves en las manos en un callejón oscuro es un hábito con el que la mayoría de mujeres están familiarizadas. Un sondeo realizado en 2019 por la aplicación de seguridad femenina Sister a más de 35.000 mujeres reveló que el 83% de las españolas siente miedo al volver a casa de noche. Para eliminar, o al menos reducir, esa sensación de hostilidad, el refuerzo de la iluminación o la ampliación de las calles ha demostrado ser una medida clave.

Con todo, hay que tener en cuenta varias cosas, según Madariaga. Primero, que las ciudades españolas son de las más seguras del mundo. Segundo, que la mayor parte de la violencia sexual no se comete en la calle, sino en el domicilio privado o en lugares que no son realmente espacio público. Y tercero, que lo importante no son tanto los delitos cometidos como la "percepción subjetiva" de seguridad o inseguridad.

"Las mujeres dejamos de ir a sitios a determinadas horas del día cuando nos sentimos inseguras"

"El problema es que las mujeres dejamos de ir a sitios a determinadas horas del día cuando nos sentimos inseguras, y eso es lo que coarta nuestra libertad y nuestras posibilidades vitales. Estamos más sensibilizadas respecto a la inseguridad, a pesar de que en el espacio público suele haber más delitos violentos contra hombres. Pero el tema del asalto sexual es un asunto que suponte tal riesgo a la integridad de la persona, que estamos una percepción más desarrollada sobre la posibilidad de peligro", detalla la arquitecta.

Políticas urbanas de distintas ciudades que ya han ido aplicando esta perspectiva contemplan el asunto de la seguridad también. Uno de los primeros pasos es preguntar a las propias mujeres de la ciudad para localizar los lugares que despiertan una mayor inseguridad a determinadas horas del día. "Es una manera muy buena de conocer dónde están los problemas para estudiar cómo el diseño y la configuración del espacio pueden mejorar esa percepción de seguridad o incluso también la propia comisión de los crímenes", destaca Madariaga. 

Se trata de redefinir esos espacios en función de unos criterios que, según detalla, determinan las condiciones "espaciales y lumínicas" que contribuyen a dar esa percepción de seguridad. "La posibilidad de ver y ser vista, de oír y ser oída, de que haya personas cerca, y después el entorno limpio y acogedor", resume.

Al final, aplicar la perspectiva de género al urbanismo no es más que tratar de revertir la ausencia de consideración hacia la vida de las mujeres a la hora de construir ciudades. Tiene mucho que ver el hecho de que hasta hace unas décadas ni siquiera existieran arquitectas que pudieran tener voz y voto en los proyectos. "Como en todas las profesiones, implica que las realidades vitales de las mujeres no han sido integradas en las prácticas profesionales e incluso en las propias conceptualizaciones", concluye Madariaga. 

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